martes, 29 de mayo de 2007

Generación desencantada

Half Nelson. El título hace referencia a una llave inmovilizante de lucha libre que enlaza a los oponentes y de la que es imposible zafarse. Metáfora del estancamiento en una situación nada agradable como puede ser la soledad más extrema

Acostumbrados a tantas películas sobre conflictos en las aulas cortadas por un mismo patrón, esta pequeña joya del cine indie surge cual soplo de aire fresco rozando la estructura documental. El debutante Ryan Fleck
aborda con veracidad y moral cambiante una ultrarrealista visión de la vida para adolescentes y adultos que están de vuelta de todo. Refleja la espontaneidad valiente de un director que quisiera saltarse las normas de los dramas prefabricados, las concesiones al cine comercial. Por medio de un sutil libreto y una difusa narrativa, explora conflictos filosóficos y políticos de importancia universal, como el idealismo y el sueño liberal.

Sus dos ejes fundamentales, el profesor Dan y su pupila, Drey (abreviación de Audrey), se hallan inmiscuidos, aunque en diverso grado, en el mundo de las drogas. Uno, brillante impartiendo sus lecciones de Historia, fuera del instituto una honda decepción y frustración con la existencia que lleva lo conducen a una complicada adicción al crack. Ella es el elemento opuesto que Dan necesita, con el que colisionar para que se abra la puerta a una situación completamente nueva. Ambos, almas errantes en un intento por prestarse ayuda mutua.
La credibilidad del elenco resulta, cuando menos, pasmosa. Ryan Gosling, nominado al Oscar por este papel, lleva a cabo una interpretación cargada de matices y apuntala su carrera tras notables demostraciones de actor de raza en El creyente (2001) y El diario de Noa (2004). Hace de un rebelde sin causa enganchado a las drogas duras por su escepticismo y debilidad al que secunda la joven promesa, Shareeka Epps. Chica corriente con una carismática mezcla de inocencia y sabiduría de las calles, le da réplica con unos silencios que hablan del miedo a la cruda realidad. Encarnan, exentos de clichés, a dos personajes sumamente contenidos y, de antemano, derrotados por el vacío existencial.

No hay final feliz, ni siquiera hay final. Es una vuelta a empezar, a caer, rectificar, perder y pedir perdón. Una luz en el fondo del túnel que demuestra que es posible cambiar el mundo, individuo a individuo, que las personas pueden triunfar donde los movimientos fracasan.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Infancia robada

El fin de la inocencia. Tres chiquillos deben superar la trágica pérdida del hermano de uno de ellos. Enfrentarse a una tediosa suma: sentimientos de venganza, culpabilidad y dolor más la nada liviana experiencia de crecer. Una edad difícil. O, como acierta en pronosticar su título original: Doce y aguantando

En un pueblecito de la América profunda, territorio predilecto del cine indie estadounidense, se ambienta este drama inherente a la vulnerabilidad y lo impredecible. De un inquietante realismo, su guión, abrupto y estéticamente impecable a partes iguales, se adentra en el intrincado punto en el que adolescentes y adultos chocan. Cuando los supuestos maduros se refugian en su dolor e inseguridades. En última instancia, la historia versa del amor incondicional que los niños profesan hacia sus padres y hasta dónde son capaces de llegar para sentirse queridos, para asegurarse la estabilidad y felicidad entre los suyos.
Después de cuatro años y bastantes intentos en falso, este es el segundo largometraje para Michael Cuesta. Considerado ya el Truffaut contemporáneo por sus logrados retratos de la brecha que media entre el fin de la niñez y la primera adolescencia, su método consiste en no juzgar a sus personajes, limitándose a observarlos. Confía en su instinto emocional por el que no titubea al correr el riesgo de enseñar en sus filmaciones las heridas de la sociedad. Palabra clave de su vocabulario: explorar. Más que aleccionador, pretende ser incitador de su público, hacer que se planteen preguntas y discutan las posibles soluciones.

Los tres púberes que la protagonizan destilan sinceridad, dolor y rabia. Este trío protagónico lleva los nombres de Conor Donovan (Infiltrados), Jesse Camacho y Zoe Weizenbaum (Memorias de una geisha). El tiempo en pantalla de los adultos es más corto. El elenco maduro lo constituyen grandes actores que transmiten hábilmente la complejidad requerida en un sucinto espacio de tiempo, Linus Roache y Anabella Sciorra.

Cuando realmente está planteado como algo sanador y purificante, habrá quien concluya que es un filme cínico, pesimista. Cosa que no es de extrañar si se tiene en cuenta que se asoma a temas tan peliagudos como la muerte, la soledad y la incomprensión sin siquiera indicios de comicidad.

martes, 15 de mayo de 2007

Delirios de grandeza

Borrachera de poder. Otra muestra más de buen cine francófono. Esta vez lleva la desasosegante firma del prolijo Claude Chabrol que, en su nuevo filme (y van más de 50), se mofa de la corruptela en los mecanismos del poder político-financiero y, especialmente, del poder personal

¿Hasta qué punto la naturaleza humana puede resistirse al vértigo del poder? Como si radiografiara las dobleces e hipocresías de personajes muy prototípicos, generalmente involucrados en algún crimen, Chabrol, azote de la burguesía y de las clases altas, afronta con fluidez y condensado humor ácido los trapicheos en las altas esferas a partir de las íntimas relaciones entre funcionarios, empresas y Justicia.

Sin caer en la trampa de la identificación inmediata y del imaginario absoluto, se vale del escándalo de malversación de fondos protagonizado en la pasada década por la megaempresa petrolera Elf. Bebiendo del suspense hitchcockiano (muy alabado por los cineastas de la nouvelle vague), de la literatura anglosajona conductista y de la obra de Proust, Chabrol se aleja de una concepción cínica, inclinándose más del lado humanista del arte. Encarna al realismo puro, a la naturalidad: en la iluminación, los escenarios, las interpretaciones…

Además de fuertes planteamientos masculinos a cargo de François Berléand (Los chicos del coro) o Patrick Bruel (El Lobo), cuando ella irrumpe en escena, el resto se paraliza. Isabelle Huppert, apodada por el mismísimo Chabrol “la fragilidad fuerte”, confirma aquí su condición de musa del realizador: es su séptimo trabajo conjunto, tras títulos tan memorables como Un asunto de mujeres, La Ceremonia o Gracias por el chocolate. En esta ocasión encarna a una jueza frente al poder corrupto. Brillante y obsesiva en su trabajo, se ausenta de su rol familiar y afectivo. No es heroína ni mártir; simplemente se mantiene en su persecución por el ideal de la verdad al tiempo que el estatus en el que se sitúa comienza a engatusarla. Y es que las creaciones de Chabrol se basan sistemáticamente en el mecanismo de sumergir a un personaje femenino, de trasfondo malvado y duro, en un universo hostil.

Tensa en extremo, como un arco listo para disparar, más que una película de contenido político pretende ser entendida cual fábula moralista de las repercusiones de la ambición desmedida.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Ni paraíso ni purgatorio

El infierno. París, ciudad de luces, sonido y movimiento, es todo lo contrario para cuatro mujeres de una misma familia que, ya adultas, se valen del silencio entre ellas para construir su propio drama. Así hasta que un secreto las une permitiéndoles aceptar su pasado y comenzar a vivir su presente
Poco antes de su muerte, el polaco Krzysztof Kieslowski, que a sí mismo se describía como artesano del cine, finalizó junto a su guionista Piesiewicz la trilogía “El paraíso”, “El Infierno” y “El purgatorio”.

Después de una primera lectura y antes del rodaje de En Tierra de Nadie, a Danis Tanovic le tentaba una adaptación de “El Purgatorio”, al tratar de la guerra y tocarle más de cerca en aquel momento. Tras un año de promociones por todo el globo con su aclamada primera cinta (Oscar a la Mejor película de habla no inglesa incluido), bajo otro prisma, descubría nuevos focos de interés en “El Infierno”, parte más ardiente de la trilogía.

La visión tan íntima de los roles femeninos teniendo en cuenta que, hasta entonces, todas sus películas giraban en torno a personajes masculinos inmiscuidos en conflictos bélicos, fue lo que lo sedujo del proyecto. Se embarcó en una película, como él mismo definiría “depurada, minimalista, de sugerentes metáforas” en la que ha concedido singular importancia a silencios y elipsis a fin de que el espectador proyecte sus propias interpretaciones. Los sólidos temas son el suicidio, la mentira (el poner la verdad en tela de juicio es recurrente en su trayectoria como cineasta), la pedofilia y, sobre todo, la necesidad de sentirse amado —amén de sutiles referencias a la guerra de Irak—. Con estos sólidos pilares, sigue la estela de Gritos y susurros de Ingmar Bergman: mezcla de dolor cercano y distante con una cámara que se retiene en algunos momentos, entregándose plenamente en otros.

Tras haber vivido en primera persona las desgarradoras secuelas de una guerra, aprovecha aquí para explicar su perplejidad ante la actitud de la sociedad occidental que "por el egoísmo y la incomunicación ha perdido la noción de familia y se ha creado su propio infierno". En una sociedad vacía, únicamente movida por el dinero, trascendiendo el mero drama burgués de parejas e infidelidades, la trama se interna en los conflictos internos y mediante la tragedia analiza la naturaleza humana.

Los colores y los decorados participan de la singularidad de la película. Adentrando al público en laberintos de pasillos, puertas y ventanas entreabiertas; encrucijada resaltada por una música firmada asimismo por Tanovic que entiende el cine más cercano a la escritura musical que a la literaria. Por otra parte, el empleo de azul, rojo y blanco como tonalidades omnipresentes en todos los planos funciona, en cierto sentido, como homenaje a Kieslowski. Azul para el personaje de Céline, la espera melancólica, una calma casi resignada. Rojo para Sophie, encarnación de la pasión amorosa y, con ello, de los celos. Blanco para Anne, la más joven de las tres, la inocencia recién salida del cascarón.

Con refulgentes estrellas galas entre el reparto, véase a las cuatro protagonistas Carole Bouquet, Emmanuelle Béart (8 mujeres), Karin Viard y Marie Gillain, el equipo técnico también incluía a algunos de los mejores profesionales de Francia como el operador jefe Laurent Daillant o de Vivaise como diseñadora de vestuario.

El guión abre una puerta a la esperanza de cara a las nuevas generaciones que quizá no acaben cometiendo los mismos errores que sus padres.

jueves, 3 de mayo de 2007

Suntuosa teatralidad made in China

La maldición de la flor dorada. Las pasiones habituales de los poderosos, fastuosidad elevada a la enésima potencia y escenas de artes marciales. En esta nueva aventura fílmica de Yimou, la Dinastía cumple el viejo proverbio chino “Oro y jade en el exterior, podredumbre y decadencia en el interior”, ya que lo bonito del exterior cobija una oscura y atroz realidad

Con esta superproducción, el reputado realizador mandarín suma cuatro nominaciones a los Premios de la Academia (no en vano, en Estados Unidos obtuvo excelentes críticas). Eso sí, a diferencia de las anteriores ocasiones, no en la categoría de Mejor película de habla no inglesa sino en la de Mejor diseño de vestuario.

Ganador del Oso de Oro y destacado integrante de los Cineastas de la Quinta Generación de China(tras la Revolución cultural), Zhang Yimou despliega sus aptitudes en la realización y el guión de esta leyenda épica adaptada de una de las obras teatrales del siglo XX más aclamadas en China, “ThunderStorm” de Cao Yu. Especialista en contar historias intimistas (véase los ejemplos de Ni uno menos o El camino a casa), Yimou es un auténtico maestro a la hora de crear frescos fílmicos gracias a su elegante sentido plástico que suscita en el espectador una experiencia absolutamente sensorial. Pero narrativamente la cosa cambia. Insiste en olvidar poner la trama al nivel del espectáculo; encontrar cierto equilibrio entre contenido y forma.

La trilogía wuxia (incursión en las películas de artes marciales) que el mismo cineasta mandarín iniciara con Hero y continuara con La casa de las dagas voladoras, concluye con los tintes trágicos propios de un argumento operístico. Sin alcanzar la carga emocional de sus precedentes, resulta más arriesgada y, en consecuencia, más compleja de apreciar. Hay quien habla incluso de tragedia shakesperiana en este melodrama de acción ambientado en la China del siglo X, de la dinastía Tang, esa bajo la que todo parecía “lealtad, piedad filial y rectitud”, nada más lejos de una realidad manchada de traiciones, infidelidad y venganza.

Indudablemente lo más subrayable es la brillantez formal en el esmerado diseño de producción: vivos colores en decorados colosales y detallismo ornamental y de atrezo (barrocas y abrumadoras resultan las capas y tocados de la pareja imperial en la fiesta). Haciendo alarde de una fascinante desenvoltura en el manejo del cinematógrafo, este se mueve por los pasillos, se esconde pudorosamente en la esquina de una habitación imperial o se eleva para recoger los orquestados movimientos de la precisa coreografía de las doncellas de la corte o las masas de la batalla —multitudinarias secuencias de lucha propias del cine karateca de los setenta—. Tanto efectismo prima sobre las interpretaciones.
Forzados por lo desmedidos que resultan, los personajes parecen artificiales y planos hasta que se desencadena la tragedia clásica con el gong que marca la hora de la verdad. Entonces, una familia, construida sobre el secreto y la mentira como en Después de la boda, verá cómo el veneno causa estragos en su seno. Tan solo dos nombres: Chow, el emperador, de asombrosa intensidad y la inspirada Gong Li, reina en la trama y musa del realizador.

Actores que nos trasladan más allá del exótico vestuario y de las costumbres de una remota cultura para nosotros los occidentales. Pues la cuestión radica en conocer la sensibilidad oriental para aprender a ver, disfrutar y sentir como si de un desafío se tratara.

miércoles, 25 de abril de 2007

Poseído por una cifra

El número 23. Estimulado por una misteriosa novela cuyo relato parece describir su vida, un hombre sintiéndose amenazado desarrolla una paranoia desgarradora por un número que se repite, que está entre la razón y la locura: el 23

Nacido de una obra de teatro original del novel guionista británico Fernley Phillips, en este inquietante thriller psicológico no se superan puntos muertos de la original idea base: convertir el dígito en villano. Donde mejor se aprecian estos cabos sueltos es al final, con las explicaciones del giro argumental que, aunque destacables e innovadoras, se exponen fugazmente en el último tramo de cinta. Se explica todo, como con cierto nerviosismo desde producción para finalizar la película.

Las conspiraciones sobrenaturales están de moda. El “Enigma 23” se refiere a la creencia de que todos los incidentes y eventos están directamente conectados con este número. Una maldición de pretendidas raíces milenarias, religiosas, diabólicas y filosóficas. Un único número para envolver al espectador en un pozo de pesquisas, interrogantes y coincidencias.

En palabras del versátil realizador Joel Schumacher«Se trata de cómo la obsesión puede convertirse en algo muy destructivo». Destructivo o no, él también profesa una obsesión compulsiva hacia los asesinos en serie (Última llamada, Asesinato en 8 mm entre otras). Artífice de auténticos espectáculos visuales que van desde la adaptación de Broadway El fantasma de la ópera hasta las aventuras de los superhéroes Batman y Robin, aquí procura una atmósfera oscura, gótica, de continuos desenfoques y audacias de montaje hasta lograr a un ambiente noir, en homenaje a las plásticas secuencias de Sin city.

Protagonizada por un demacrado Jim Carrey, totalmente alejado de sus registros estándares de cómico histriónico y mueca desatada, supone una oportunidad para degustar su potencial dramático, sin llegar a las máximas cotas de El show de Truman o la maravillosa ¡Olvídate de mí!. Su partenaire Virgina Madsen (recuperada para el cine tras su nominación al Oscar por Entre Copas) aparece camaleónica, desdoblándose a la perfección en la fina frontera entre realidad y fantasía.

Locura autoinducida, poder de sugestión, ojos desorbitados, sangre y catarsis espontánea; resulta interesante por el tema pero no por el modo de abordarlo pese a la gran factura de fotografía y diseño, a cargo del responsable en esas áreas de Réquiem por un sueño.

lunes, 16 de abril de 2007

El peso de los secretos

Después de la boda. Jacob se ha dedicado por completo al orfanato para niños de la calle pero, carente de fondos se someterá a las condiciones requeridas por el posible inversor que lo salve del cierre, teniendo que enfrentarse al mayor dilema de su vida
Con la ayuda humanitaria como telón de fondo, se mezclan muchas situaciones delicadas, cargadas de tensión emocional y enfrentamientos entre unos personajes sólidamente interrelacionados. Infinidad de planos cortos la componen en busca del detalle y ubicados con acierto en un montaje amigo de pocos artificios.

Es la extensión natural de las cintas Te quiero para siempre y la bélica Hermanos (Brødre), ganadora en San Sebastián de las Conchas de Plata a la mejor actriz (Connie Nielsen) y actor (Ulrich Thomsen) en 2004. Nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y con dos candidaturas a los Premios del Cine Europeo en su haber, supone la consagración internacional de la realizadora danesa (habitual del género melodramático) Susanne Bier, recientemente fichada por Hollywood para la producción de Dreamworks Things We Lost in the Fire.

Gran narradora de historias, acostumbra a llevar a sus personajes al límite en un entorno inesperadamente patas arriba. Todas distintivas por la implacable intimidad procedente de la utilización de la cámara en mano, sus películas comparten cimientos con los de la obra de Lars von Trier o Thomas Vinterberg. Y es que con todo el estilo de los filmes Dogma
—aunque el certificado ya no se expida— y con un argumento de secretos familiares, podría parecer la secuela de Celebración, de Vinterberg. Hay escenas casi clavadas, como la celebración de un cumpleaños, con un brindis dedicado al homenajeado aderezado con confesiones, ante familiares y amigos, de verdades embarazosas.

Las intensas interpretaciones surgen encabezadas por el siempre brillante Mads Mikkelsen, villano en Casino Royale y partícipe de la épica El rey Arturo y la española Torremolinos 73. Su compañera de reparto es Sidse Babett Knudsen, ya a las órdenes de Bier en El amor de mi vida. El triángulo se completa con el leitmotiv de la trama, simbolizado por el personaje al que da vida Rolf Lassgård.

Si todo lo que hace reflexionar y aprender es bueno por definición, esta película es muy buena más allá (si cabe) de su factura —eficaz fotografía enmarcada en una realización y planificación excelentes—, su preciso y cerrado guión y sus intérpretes.

jueves, 12 de abril de 2007

Apocalipsis en la América profunda

La cosecha. En las sureñas tierras de Louisiana se libra una batalla entre lo empíricamente comprobable y la fe en una impecable recreación de las diez plagas bíblicas con las que el Altísimo condenaría, según el Antiguo Testamento, al pueblo de Egipto

La espiritualidad en esta realidad escéptica en la que vivimos. El director, Stephen Hopkins, declaró al respecto: “Como en cualquier viaje personal, la religión puede iluminarte… y también usarse para controlar a las personas. La película juega con esa dualidad a gran escala”.

Aunque nada más arrancar se apunta a un tratamiento consistente de la historia, transcurrida la primera mitad se evidencian los tópicos más convencionales y previsibles del cine espectáculo: notables efectos especiales, excelente producción…No en vano, todo corre a cargo de Dark Castle(Joel Silver), responsable de las sagas de Matrix, La jungla de cristal y Arma letal. Cabe reseñar que se contó con la participación de una leyenda en el ámbito de los efectos visuales: Richard Yuricich, uno de los fundadores del cine digital quien, en busca del máximo realismo, logra en esta cinta un estilo fotográfico casi periodístico de armoniosa plasticidad e impacto visual.

Cumple en su papel de ex misionera en busca de respuestas por medio de la ciencia más que de la oración, refutando supuestos milagros divinos. Hablamos de Hilary Swank. Ducha en los roles dramáticos pero recién llegada a esto de los thrillers, como aclamada intérprete que es (dos premios de la Academia lo avalan) está aceptable pero, en comparación con los grandes personajes que suele encarnar, esta atea a la que da vida apenas da muestras de carisma.

La actuación de la niña Anna Sophia Robb (aún en nuestras pantallas con Un puente hacia Terabithia) deslumbra sin necesidad de pronunciar palabra alguna, basta con su mirada de expresión sombría. La pequeña parece lanzada a la conquista del trono de la hasta ahora inalcanzable Dakota Fanning. Sus apariciones, a medio camino entre lo diabólico y lo extrañamente angelical, son siempre cotas en las que el interés se eleva por encima de la media. Todo lo contrario sucede con Stephen Rea. En sus contadas intervenciones, este valor normalmente incuestionable aquí, no obstante, en la piel de un trastornado sacerdote, parece no creerse su personaje, que cumple a rajatabla todos los estereotipos de roles que han surgido desde el padre Karras de El exorcista.

No pasará a la historia del cine por arriesgar en sus planteamientos ni en sus formas, sin embargo, es de agradecer el desasosiego suscitado mediante la atmósfera y las ideas más que con sangre y vísceras. Subyace la moraleja de que nada en la vida es lo que parece.

jueves, 5 de abril de 2007

El Lars orador

Planteamiento de la verdadera naturaleza del hombre, el leitmotiv de la condición humana en El jefe de todo esto. Ácida respuesta: la hipocresía y el absurdo en las relaciones sociales, aquí circunscritas al ámbito laboral

Tras dominar el drama con el musical Bailar en la oscuridad, Rompiendo las olas o la minimalista Dogville e incluso llevando a su terreno el género del terror, recordemos su serie The Kingdom, el cineasta danés Lars von Trier se atreve con la comedia. Giros tan hilarantes como imprevistos pueblan esta comedia que es, ante todo, alocada al disponer algunos personajes de más información que otros. A lo que incorporar una viñeta moral: el dueño de una empresa que usa a un presidente ficticio para vapulear a sus empleados.

Como perfeccionista compulsivo y, no obstante, conocedor de que nadie puede controlar completamente una imagen, von Trier rueda cámara en mano. Con el sistema Automavision realiza el encuadre deseado y pulsa un botón en el ordenador para obtener un mundo de posibilidades. Se limita la intervención humana liberando a la obra de las ataduras estéticas y la mano de la costumbre. Para sacarle el máximo rendimiento, no se procesan las tomas; en otras palabras, no se efectúan cambios de colores, ni se hacen mezclas de sonido, y el material se transfiere directamente a la copia final. En el caso de El jefe de todo esto también se prohibió una iluminación que no fuera la propia del decorado exterior o interior.

Quizá no sea casual que la trama se enmarque en una empresa informática, cuyos productos vienen definidos por su intangibilidad y, por tanto, la volatilidad de su valor. Lo mismo que con los personajes, excéntricos ingenieros necesitados de un afecto infantil que los vulnerabiliza ante una jefatura que, por otra parte, solo procura la estrategia idónea de motivación al menor coste y hasta que sean prescindibles.

Él la ha definido como su primera película “no política”, sus seguidores como su primera “no políticamente correcta”. Admitida su inclinación por rodearse de equipos muy reducidos para crear un halo de intimidad indispensable para la creatividad, es una película pequeña pero grande en alardes argumentativos.

martes, 27 de marzo de 2007

El último show de Mr Altman

En las bambalinas de un popular programa de variedades radiofónico que lucha por sobrevivir en la era de la televisión y al capitalismo reinante, los integrantes de la familia artística que le dan vida en cada emisión arrastran un deje de tristeza por una vida consumida de memorables episodios pero que termina

Tragicómica obra póstuma del incontestable cineasta Robert Altman. Fue uno de los míticos padres del cine independiente “made in USA” con joyas como Gosford Park o Vidas Cruzadas (adelantándose en años a lo que está tan de moda, las historias entrelazadas). Parece despedirse a lo largo de este paradójico testamento fílmico recuperando los componentes que le marcaron en su pasado: la atemporalidad en la puesta en escena, el choque de lo nuevo y lo viejo, el reparto coral, la sobredosis musical —Nashville y Kansas City—y el leitmotiv de la resistencia al adiós definitivo en una historia que habla descaradamente de finales lentos y obvios. Además, el cine negro del que procede aparece fielmente representado por Guy Noir, atraído por la etérea mujer fatal personificación de la muerte y de todo lo destructivo: pura metáfora. Guy encarna al propio Altman en su intento por preservar el espectáculo del arte-ingenio de quienes lo transforman en producto mercantilista y por intentar en vano esquivar a la muerte.

El guión abarca una piara de emociones extremas muy al estilo de Altman que relucen no solo con las letras de las sensacionales canciones country de los setenta, sino por la vía de unos diálogos ágiles en el sarcasmo y aparentemente improvisados.

Aunque el personal entendimiento de la narración de Altman prevalezca sobre el trabajo actoral, es revelador que grandes nombres se pongan a su servicio como mero elemento más, tal vez atraídos por un rodaje cercano a los planteamientos teatrales. Junto a la vis cómica de Kevin Kline, algunos demuestran sorprendentes dotes como cantantes, en especial las parejas formadas por Woody Harrelson y John C. Reilly, y las hermanas a las que dan vida Lily Tomlin, vieja conocida del realizador, y una Meryl Streep que muestra su lado más natural. —Hasta la actuación de Lindsay Lohan no irrita por primera vez en su trayectoria—.

No está entre sus mejores creaciones, cierto, pero a esta cinta de detalles y destellos le basta su honestidad y humanidad emotiva no sensiblera como homenaje al universo del espectáculo que, de un modo u otro, siempre continúa.

viernes, 23 de marzo de 2007

Juegos secretos ¿para niños?

Cómo se disfrutan las películas “de actores”, en las que el director sabe manejar a la perfección al reparto para conseguir de cada uno lo que busca
La trama en sí no aporta novedad al ya manido alud de siniestras fábulas acerca de las urbanizaciones de la clase media yanqui, para criticar no sólo a la sociedad norteamericana sino a cualquiera desarrollada, en las que todo se tiñe del color del convencionalismo y la hipocresía es reina y soberana. Se agradece, sin embargo, la creativa batuta de Field, huyendo en todo momento del tópico y dominando la sorpresa narrativa; hablando de la cotidianeidad desde puntos de vista nada complacientes aunque sin adular ni condenar actitudes, sin héroes ni villanos, idolatrando únicamente la inocencia infantil.

La credibilidad se sustenta en la verosimilitud de los sentimientos experimentados por unos personajes inmejorablemente perfilados pese a su complejidad. A causa de una insegura dependencia casi adolescente, los personajes, aún inmaduros, no han aprendido a tomar las riendas de sus vidas y se acurrucan en la estabilidad de una existencia plana de miras encasilladas. Una forma de vida sitiada por el miedo y por una doble moral que castiga el mínimo atisbo de rebeldía.

Soberbiamente filmada, elaboradísimos planos, firma española en la espléndida fotografía. Si ya su ópera prima, En la habitación, cosechó elogios allá por donde pasó, Field confirma su status en la nada sencilla tarea cinematográfica. ¿Qué es lo mejor? Los apuntes ya especificados de su argumento parecen contundentes para responder; mas, tampoco su reparto de lujo pasa desapercibido —con esa inconmensurable talentosa Kate Winslet, la no menos brillante Jennifer Connelly y la revelación del secundario Earle Haley—; incluso su tráiler, de los mejores del año, construido sobre imágenes, silencios y una mágica banda sonora que avecina que no es un filme para masas.

Fracaso en la taquilla estadounidense pero ojo crítico de los académicos que la obsequiaron con tres nominaciones a las doradas estatuillas. Sobrevalorada o no, si lo que buscas es un desafiante mosaico emocional y social, tienes que verla. Eso sí, resulta imposible dejar de pensar en ella.

Breaking & Entering, corrección y denuncia

Dirigida por el oscarizado Anthony Minghella nos sentamos ante una película correcta, así, sin más, en un intento de “forma sin fondo” durante dos horas de falso cine social
No se la puede tachar de bazofia pero lo que es seguro es que tampoco es una buena película. El irregular guión (de una historia a ratos interesante y a otros desequilibrada) aspira a revelarse como planteamiento intimista de la riqueza multicultural londinense, no obstante, se convierte en un pretencioso relato de contradictorios planteamientos emocionales repleto de imágenes ciertamente pedantes por lo evidentes y reiterativas. Aunque se aborden asuntos conflictivos como la inmigración, la discriminación y desigualdad de oportunidades, el adulterio, la prostitución y hasta el autismo, siempre campea un inesperado optimismo y un aire de permanente distancia emocional.

Además del libreto, el decantarse por lo estético y artificioso, por lo convencional e incluso hollywoodiense (arrastrado de sus cintas anteriores, más grandilocuentes), le hizo un flaco favor al un día laureado por crítica y público pues no consigue más que restar credibilidad a este melodrama.

Por otro lado, sería injusto negar la acertada elección del trío protagónico. La sutil Robin Wright Penn se codea con la carismática Binoche, quien por mucho esfuerzo jamás logra disimular esa aura de ideal dama francesa, y con el que firma el papel crucial de toda su trayectoria hasta el momento, Jude Law. Tercera colaboración con Minghella tras las aclamadas The Talented Mr. Ripley y Cold Mountain, y triunfante retorno a la pantalla grande aportando suficiente carisma y humanidad para suscitar una cálida empatía por su personaje.

En definitiva, el filme puede decepcionar pero por su valentía y temática no merece caer en el olvido. Al fin y al cabo, proporciona entretenimiento nada abrumador al no llegar a involucrar al espectador en la trama que, al poco tiempo, se le habrá olvidado por su falta de fuerza y veracidad.