martes, 29 de mayo de 2007

Generación desencantada

Half Nelson. El título hace referencia a una llave inmovilizante de lucha libre que enlaza a los oponentes y de la que es imposible zafarse. Metáfora del estancamiento en una situación nada agradable como puede ser la soledad más extrema

Acostumbrados a tantas películas sobre conflictos en las aulas cortadas por un mismo patrón, esta pequeña joya del cine indie surge cual soplo de aire fresco rozando la estructura documental. El debutante Ryan Fleck
aborda con veracidad y moral cambiante una ultrarrealista visión de la vida para adolescentes y adultos que están de vuelta de todo. Refleja la espontaneidad valiente de un director que quisiera saltarse las normas de los dramas prefabricados, las concesiones al cine comercial. Por medio de un sutil libreto y una difusa narrativa, explora conflictos filosóficos y políticos de importancia universal, como el idealismo y el sueño liberal.

Sus dos ejes fundamentales, el profesor Dan y su pupila, Drey (abreviación de Audrey), se hallan inmiscuidos, aunque en diverso grado, en el mundo de las drogas. Uno, brillante impartiendo sus lecciones de Historia, fuera del instituto una honda decepción y frustración con la existencia que lleva lo conducen a una complicada adicción al crack. Ella es el elemento opuesto que Dan necesita, con el que colisionar para que se abra la puerta a una situación completamente nueva. Ambos, almas errantes en un intento por prestarse ayuda mutua.
La credibilidad del elenco resulta, cuando menos, pasmosa. Ryan Gosling, nominado al Oscar por este papel, lleva a cabo una interpretación cargada de matices y apuntala su carrera tras notables demostraciones de actor de raza en El creyente (2001) y El diario de Noa (2004). Hace de un rebelde sin causa enganchado a las drogas duras por su escepticismo y debilidad al que secunda la joven promesa, Shareeka Epps. Chica corriente con una carismática mezcla de inocencia y sabiduría de las calles, le da réplica con unos silencios que hablan del miedo a la cruda realidad. Encarnan, exentos de clichés, a dos personajes sumamente contenidos y, de antemano, derrotados por el vacío existencial.

No hay final feliz, ni siquiera hay final. Es una vuelta a empezar, a caer, rectificar, perder y pedir perdón. Una luz en el fondo del túnel que demuestra que es posible cambiar el mundo, individuo a individuo, que las personas pueden triunfar donde los movimientos fracasan.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Infancia robada

El fin de la inocencia. Tres chiquillos deben superar la trágica pérdida del hermano de uno de ellos. Enfrentarse a una tediosa suma: sentimientos de venganza, culpabilidad y dolor más la nada liviana experiencia de crecer. Una edad difícil. O, como acierta en pronosticar su título original: Doce y aguantando

En un pueblecito de la América profunda, territorio predilecto del cine indie estadounidense, se ambienta este drama inherente a la vulnerabilidad y lo impredecible. De un inquietante realismo, su guión, abrupto y estéticamente impecable a partes iguales, se adentra en el intrincado punto en el que adolescentes y adultos chocan. Cuando los supuestos maduros se refugian en su dolor e inseguridades. En última instancia, la historia versa del amor incondicional que los niños profesan hacia sus padres y hasta dónde son capaces de llegar para sentirse queridos, para asegurarse la estabilidad y felicidad entre los suyos.
Después de cuatro años y bastantes intentos en falso, este es el segundo largometraje para Michael Cuesta. Considerado ya el Truffaut contemporáneo por sus logrados retratos de la brecha que media entre el fin de la niñez y la primera adolescencia, su método consiste en no juzgar a sus personajes, limitándose a observarlos. Confía en su instinto emocional por el que no titubea al correr el riesgo de enseñar en sus filmaciones las heridas de la sociedad. Palabra clave de su vocabulario: explorar. Más que aleccionador, pretende ser incitador de su público, hacer que se planteen preguntas y discutan las posibles soluciones.

Los tres púberes que la protagonizan destilan sinceridad, dolor y rabia. Este trío protagónico lleva los nombres de Conor Donovan (Infiltrados), Jesse Camacho y Zoe Weizenbaum (Memorias de una geisha). El tiempo en pantalla de los adultos es más corto. El elenco maduro lo constituyen grandes actores que transmiten hábilmente la complejidad requerida en un sucinto espacio de tiempo, Linus Roache y Anabella Sciorra.

Cuando realmente está planteado como algo sanador y purificante, habrá quien concluya que es un filme cínico, pesimista. Cosa que no es de extrañar si se tiene en cuenta que se asoma a temas tan peliagudos como la muerte, la soledad y la incomprensión sin siquiera indicios de comicidad.

martes, 15 de mayo de 2007

Delirios de grandeza

Borrachera de poder. Otra muestra más de buen cine francófono. Esta vez lleva la desasosegante firma del prolijo Claude Chabrol que, en su nuevo filme (y van más de 50), se mofa de la corruptela en los mecanismos del poder político-financiero y, especialmente, del poder personal

¿Hasta qué punto la naturaleza humana puede resistirse al vértigo del poder? Como si radiografiara las dobleces e hipocresías de personajes muy prototípicos, generalmente involucrados en algún crimen, Chabrol, azote de la burguesía y de las clases altas, afronta con fluidez y condensado humor ácido los trapicheos en las altas esferas a partir de las íntimas relaciones entre funcionarios, empresas y Justicia.

Sin caer en la trampa de la identificación inmediata y del imaginario absoluto, se vale del escándalo de malversación de fondos protagonizado en la pasada década por la megaempresa petrolera Elf. Bebiendo del suspense hitchcockiano (muy alabado por los cineastas de la nouvelle vague), de la literatura anglosajona conductista y de la obra de Proust, Chabrol se aleja de una concepción cínica, inclinándose más del lado humanista del arte. Encarna al realismo puro, a la naturalidad: en la iluminación, los escenarios, las interpretaciones…

Además de fuertes planteamientos masculinos a cargo de François Berléand (Los chicos del coro) o Patrick Bruel (El Lobo), cuando ella irrumpe en escena, el resto se paraliza. Isabelle Huppert, apodada por el mismísimo Chabrol “la fragilidad fuerte”, confirma aquí su condición de musa del realizador: es su séptimo trabajo conjunto, tras títulos tan memorables como Un asunto de mujeres, La Ceremonia o Gracias por el chocolate. En esta ocasión encarna a una jueza frente al poder corrupto. Brillante y obsesiva en su trabajo, se ausenta de su rol familiar y afectivo. No es heroína ni mártir; simplemente se mantiene en su persecución por el ideal de la verdad al tiempo que el estatus en el que se sitúa comienza a engatusarla. Y es que las creaciones de Chabrol se basan sistemáticamente en el mecanismo de sumergir a un personaje femenino, de trasfondo malvado y duro, en un universo hostil.

Tensa en extremo, como un arco listo para disparar, más que una película de contenido político pretende ser entendida cual fábula moralista de las repercusiones de la ambición desmedida.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Ni paraíso ni purgatorio

El infierno. París, ciudad de luces, sonido y movimiento, es todo lo contrario para cuatro mujeres de una misma familia que, ya adultas, se valen del silencio entre ellas para construir su propio drama. Así hasta que un secreto las une permitiéndoles aceptar su pasado y comenzar a vivir su presente
Poco antes de su muerte, el polaco Krzysztof Kieslowski, que a sí mismo se describía como artesano del cine, finalizó junto a su guionista Piesiewicz la trilogía “El paraíso”, “El Infierno” y “El purgatorio”.

Después de una primera lectura y antes del rodaje de En Tierra de Nadie, a Danis Tanovic le tentaba una adaptación de “El Purgatorio”, al tratar de la guerra y tocarle más de cerca en aquel momento. Tras un año de promociones por todo el globo con su aclamada primera cinta (Oscar a la Mejor película de habla no inglesa incluido), bajo otro prisma, descubría nuevos focos de interés en “El Infierno”, parte más ardiente de la trilogía.

La visión tan íntima de los roles femeninos teniendo en cuenta que, hasta entonces, todas sus películas giraban en torno a personajes masculinos inmiscuidos en conflictos bélicos, fue lo que lo sedujo del proyecto. Se embarcó en una película, como él mismo definiría “depurada, minimalista, de sugerentes metáforas” en la que ha concedido singular importancia a silencios y elipsis a fin de que el espectador proyecte sus propias interpretaciones. Los sólidos temas son el suicidio, la mentira (el poner la verdad en tela de juicio es recurrente en su trayectoria como cineasta), la pedofilia y, sobre todo, la necesidad de sentirse amado —amén de sutiles referencias a la guerra de Irak—. Con estos sólidos pilares, sigue la estela de Gritos y susurros de Ingmar Bergman: mezcla de dolor cercano y distante con una cámara que se retiene en algunos momentos, entregándose plenamente en otros.

Tras haber vivido en primera persona las desgarradoras secuelas de una guerra, aprovecha aquí para explicar su perplejidad ante la actitud de la sociedad occidental que "por el egoísmo y la incomunicación ha perdido la noción de familia y se ha creado su propio infierno". En una sociedad vacía, únicamente movida por el dinero, trascendiendo el mero drama burgués de parejas e infidelidades, la trama se interna en los conflictos internos y mediante la tragedia analiza la naturaleza humana.

Los colores y los decorados participan de la singularidad de la película. Adentrando al público en laberintos de pasillos, puertas y ventanas entreabiertas; encrucijada resaltada por una música firmada asimismo por Tanovic que entiende el cine más cercano a la escritura musical que a la literaria. Por otra parte, el empleo de azul, rojo y blanco como tonalidades omnipresentes en todos los planos funciona, en cierto sentido, como homenaje a Kieslowski. Azul para el personaje de Céline, la espera melancólica, una calma casi resignada. Rojo para Sophie, encarnación de la pasión amorosa y, con ello, de los celos. Blanco para Anne, la más joven de las tres, la inocencia recién salida del cascarón.

Con refulgentes estrellas galas entre el reparto, véase a las cuatro protagonistas Carole Bouquet, Emmanuelle Béart (8 mujeres), Karin Viard y Marie Gillain, el equipo técnico también incluía a algunos de los mejores profesionales de Francia como el operador jefe Laurent Daillant o de Vivaise como diseñadora de vestuario.

El guión abre una puerta a la esperanza de cara a las nuevas generaciones que quizá no acaben cometiendo los mismos errores que sus padres.

jueves, 3 de mayo de 2007

Suntuosa teatralidad made in China

La maldición de la flor dorada. Las pasiones habituales de los poderosos, fastuosidad elevada a la enésima potencia y escenas de artes marciales. En esta nueva aventura fílmica de Yimou, la Dinastía cumple el viejo proverbio chino “Oro y jade en el exterior, podredumbre y decadencia en el interior”, ya que lo bonito del exterior cobija una oscura y atroz realidad

Con esta superproducción, el reputado realizador mandarín suma cuatro nominaciones a los Premios de la Academia (no en vano, en Estados Unidos obtuvo excelentes críticas). Eso sí, a diferencia de las anteriores ocasiones, no en la categoría de Mejor película de habla no inglesa sino en la de Mejor diseño de vestuario.

Ganador del Oso de Oro y destacado integrante de los Cineastas de la Quinta Generación de China(tras la Revolución cultural), Zhang Yimou despliega sus aptitudes en la realización y el guión de esta leyenda épica adaptada de una de las obras teatrales del siglo XX más aclamadas en China, “ThunderStorm” de Cao Yu. Especialista en contar historias intimistas (véase los ejemplos de Ni uno menos o El camino a casa), Yimou es un auténtico maestro a la hora de crear frescos fílmicos gracias a su elegante sentido plástico que suscita en el espectador una experiencia absolutamente sensorial. Pero narrativamente la cosa cambia. Insiste en olvidar poner la trama al nivel del espectáculo; encontrar cierto equilibrio entre contenido y forma.

La trilogía wuxia (incursión en las películas de artes marciales) que el mismo cineasta mandarín iniciara con Hero y continuara con La casa de las dagas voladoras, concluye con los tintes trágicos propios de un argumento operístico. Sin alcanzar la carga emocional de sus precedentes, resulta más arriesgada y, en consecuencia, más compleja de apreciar. Hay quien habla incluso de tragedia shakesperiana en este melodrama de acción ambientado en la China del siglo X, de la dinastía Tang, esa bajo la que todo parecía “lealtad, piedad filial y rectitud”, nada más lejos de una realidad manchada de traiciones, infidelidad y venganza.

Indudablemente lo más subrayable es la brillantez formal en el esmerado diseño de producción: vivos colores en decorados colosales y detallismo ornamental y de atrezo (barrocas y abrumadoras resultan las capas y tocados de la pareja imperial en la fiesta). Haciendo alarde de una fascinante desenvoltura en el manejo del cinematógrafo, este se mueve por los pasillos, se esconde pudorosamente en la esquina de una habitación imperial o se eleva para recoger los orquestados movimientos de la precisa coreografía de las doncellas de la corte o las masas de la batalla —multitudinarias secuencias de lucha propias del cine karateca de los setenta—. Tanto efectismo prima sobre las interpretaciones.
Forzados por lo desmedidos que resultan, los personajes parecen artificiales y planos hasta que se desencadena la tragedia clásica con el gong que marca la hora de la verdad. Entonces, una familia, construida sobre el secreto y la mentira como en Después de la boda, verá cómo el veneno causa estragos en su seno. Tan solo dos nombres: Chow, el emperador, de asombrosa intensidad y la inspirada Gong Li, reina en la trama y musa del realizador.

Actores que nos trasladan más allá del exótico vestuario y de las costumbres de una remota cultura para nosotros los occidentales. Pues la cuestión radica en conocer la sensibilidad oriental para aprender a ver, disfrutar y sentir como si de un desafío se tratara.