miércoles, 25 de abril de 2007

Poseído por una cifra

El número 23. Estimulado por una misteriosa novela cuyo relato parece describir su vida, un hombre sintiéndose amenazado desarrolla una paranoia desgarradora por un número que se repite, que está entre la razón y la locura: el 23

Nacido de una obra de teatro original del novel guionista británico Fernley Phillips, en este inquietante thriller psicológico no se superan puntos muertos de la original idea base: convertir el dígito en villano. Donde mejor se aprecian estos cabos sueltos es al final, con las explicaciones del giro argumental que, aunque destacables e innovadoras, se exponen fugazmente en el último tramo de cinta. Se explica todo, como con cierto nerviosismo desde producción para finalizar la película.

Las conspiraciones sobrenaturales están de moda. El “Enigma 23” se refiere a la creencia de que todos los incidentes y eventos están directamente conectados con este número. Una maldición de pretendidas raíces milenarias, religiosas, diabólicas y filosóficas. Un único número para envolver al espectador en un pozo de pesquisas, interrogantes y coincidencias.

En palabras del versátil realizador Joel Schumacher«Se trata de cómo la obsesión puede convertirse en algo muy destructivo». Destructivo o no, él también profesa una obsesión compulsiva hacia los asesinos en serie (Última llamada, Asesinato en 8 mm entre otras). Artífice de auténticos espectáculos visuales que van desde la adaptación de Broadway El fantasma de la ópera hasta las aventuras de los superhéroes Batman y Robin, aquí procura una atmósfera oscura, gótica, de continuos desenfoques y audacias de montaje hasta lograr a un ambiente noir, en homenaje a las plásticas secuencias de Sin city.

Protagonizada por un demacrado Jim Carrey, totalmente alejado de sus registros estándares de cómico histriónico y mueca desatada, supone una oportunidad para degustar su potencial dramático, sin llegar a las máximas cotas de El show de Truman o la maravillosa ¡Olvídate de mí!. Su partenaire Virgina Madsen (recuperada para el cine tras su nominación al Oscar por Entre Copas) aparece camaleónica, desdoblándose a la perfección en la fina frontera entre realidad y fantasía.

Locura autoinducida, poder de sugestión, ojos desorbitados, sangre y catarsis espontánea; resulta interesante por el tema pero no por el modo de abordarlo pese a la gran factura de fotografía y diseño, a cargo del responsable en esas áreas de Réquiem por un sueño.

lunes, 16 de abril de 2007

El peso de los secretos

Después de la boda. Jacob se ha dedicado por completo al orfanato para niños de la calle pero, carente de fondos se someterá a las condiciones requeridas por el posible inversor que lo salve del cierre, teniendo que enfrentarse al mayor dilema de su vida
Con la ayuda humanitaria como telón de fondo, se mezclan muchas situaciones delicadas, cargadas de tensión emocional y enfrentamientos entre unos personajes sólidamente interrelacionados. Infinidad de planos cortos la componen en busca del detalle y ubicados con acierto en un montaje amigo de pocos artificios.

Es la extensión natural de las cintas Te quiero para siempre y la bélica Hermanos (Brødre), ganadora en San Sebastián de las Conchas de Plata a la mejor actriz (Connie Nielsen) y actor (Ulrich Thomsen) en 2004. Nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y con dos candidaturas a los Premios del Cine Europeo en su haber, supone la consagración internacional de la realizadora danesa (habitual del género melodramático) Susanne Bier, recientemente fichada por Hollywood para la producción de Dreamworks Things We Lost in the Fire.

Gran narradora de historias, acostumbra a llevar a sus personajes al límite en un entorno inesperadamente patas arriba. Todas distintivas por la implacable intimidad procedente de la utilización de la cámara en mano, sus películas comparten cimientos con los de la obra de Lars von Trier o Thomas Vinterberg. Y es que con todo el estilo de los filmes Dogma
—aunque el certificado ya no se expida— y con un argumento de secretos familiares, podría parecer la secuela de Celebración, de Vinterberg. Hay escenas casi clavadas, como la celebración de un cumpleaños, con un brindis dedicado al homenajeado aderezado con confesiones, ante familiares y amigos, de verdades embarazosas.

Las intensas interpretaciones surgen encabezadas por el siempre brillante Mads Mikkelsen, villano en Casino Royale y partícipe de la épica El rey Arturo y la española Torremolinos 73. Su compañera de reparto es Sidse Babett Knudsen, ya a las órdenes de Bier en El amor de mi vida. El triángulo se completa con el leitmotiv de la trama, simbolizado por el personaje al que da vida Rolf Lassgård.

Si todo lo que hace reflexionar y aprender es bueno por definición, esta película es muy buena más allá (si cabe) de su factura —eficaz fotografía enmarcada en una realización y planificación excelentes—, su preciso y cerrado guión y sus intérpretes.

jueves, 12 de abril de 2007

Apocalipsis en la América profunda

La cosecha. En las sureñas tierras de Louisiana se libra una batalla entre lo empíricamente comprobable y la fe en una impecable recreación de las diez plagas bíblicas con las que el Altísimo condenaría, según el Antiguo Testamento, al pueblo de Egipto

La espiritualidad en esta realidad escéptica en la que vivimos. El director, Stephen Hopkins, declaró al respecto: “Como en cualquier viaje personal, la religión puede iluminarte… y también usarse para controlar a las personas. La película juega con esa dualidad a gran escala”.

Aunque nada más arrancar se apunta a un tratamiento consistente de la historia, transcurrida la primera mitad se evidencian los tópicos más convencionales y previsibles del cine espectáculo: notables efectos especiales, excelente producción…No en vano, todo corre a cargo de Dark Castle(Joel Silver), responsable de las sagas de Matrix, La jungla de cristal y Arma letal. Cabe reseñar que se contó con la participación de una leyenda en el ámbito de los efectos visuales: Richard Yuricich, uno de los fundadores del cine digital quien, en busca del máximo realismo, logra en esta cinta un estilo fotográfico casi periodístico de armoniosa plasticidad e impacto visual.

Cumple en su papel de ex misionera en busca de respuestas por medio de la ciencia más que de la oración, refutando supuestos milagros divinos. Hablamos de Hilary Swank. Ducha en los roles dramáticos pero recién llegada a esto de los thrillers, como aclamada intérprete que es (dos premios de la Academia lo avalan) está aceptable pero, en comparación con los grandes personajes que suele encarnar, esta atea a la que da vida apenas da muestras de carisma.

La actuación de la niña Anna Sophia Robb (aún en nuestras pantallas con Un puente hacia Terabithia) deslumbra sin necesidad de pronunciar palabra alguna, basta con su mirada de expresión sombría. La pequeña parece lanzada a la conquista del trono de la hasta ahora inalcanzable Dakota Fanning. Sus apariciones, a medio camino entre lo diabólico y lo extrañamente angelical, son siempre cotas en las que el interés se eleva por encima de la media. Todo lo contrario sucede con Stephen Rea. En sus contadas intervenciones, este valor normalmente incuestionable aquí, no obstante, en la piel de un trastornado sacerdote, parece no creerse su personaje, que cumple a rajatabla todos los estereotipos de roles que han surgido desde el padre Karras de El exorcista.

No pasará a la historia del cine por arriesgar en sus planteamientos ni en sus formas, sin embargo, es de agradecer el desasosiego suscitado mediante la atmósfera y las ideas más que con sangre y vísceras. Subyace la moraleja de que nada en la vida es lo que parece.

jueves, 5 de abril de 2007

El Lars orador

Planteamiento de la verdadera naturaleza del hombre, el leitmotiv de la condición humana en El jefe de todo esto. Ácida respuesta: la hipocresía y el absurdo en las relaciones sociales, aquí circunscritas al ámbito laboral

Tras dominar el drama con el musical Bailar en la oscuridad, Rompiendo las olas o la minimalista Dogville e incluso llevando a su terreno el género del terror, recordemos su serie The Kingdom, el cineasta danés Lars von Trier se atreve con la comedia. Giros tan hilarantes como imprevistos pueblan esta comedia que es, ante todo, alocada al disponer algunos personajes de más información que otros. A lo que incorporar una viñeta moral: el dueño de una empresa que usa a un presidente ficticio para vapulear a sus empleados.

Como perfeccionista compulsivo y, no obstante, conocedor de que nadie puede controlar completamente una imagen, von Trier rueda cámara en mano. Con el sistema Automavision realiza el encuadre deseado y pulsa un botón en el ordenador para obtener un mundo de posibilidades. Se limita la intervención humana liberando a la obra de las ataduras estéticas y la mano de la costumbre. Para sacarle el máximo rendimiento, no se procesan las tomas; en otras palabras, no se efectúan cambios de colores, ni se hacen mezclas de sonido, y el material se transfiere directamente a la copia final. En el caso de El jefe de todo esto también se prohibió una iluminación que no fuera la propia del decorado exterior o interior.

Quizá no sea casual que la trama se enmarque en una empresa informática, cuyos productos vienen definidos por su intangibilidad y, por tanto, la volatilidad de su valor. Lo mismo que con los personajes, excéntricos ingenieros necesitados de un afecto infantil que los vulnerabiliza ante una jefatura que, por otra parte, solo procura la estrategia idónea de motivación al menor coste y hasta que sean prescindibles.

Él la ha definido como su primera película “no política”, sus seguidores como su primera “no políticamente correcta”. Admitida su inclinación por rodearse de equipos muy reducidos para crear un halo de intimidad indispensable para la creatividad, es una película pequeña pero grande en alardes argumentativos.