martes, 27 de marzo de 2007

El último show de Mr Altman

En las bambalinas de un popular programa de variedades radiofónico que lucha por sobrevivir en la era de la televisión y al capitalismo reinante, los integrantes de la familia artística que le dan vida en cada emisión arrastran un deje de tristeza por una vida consumida de memorables episodios pero que termina

Tragicómica obra póstuma del incontestable cineasta Robert Altman. Fue uno de los míticos padres del cine independiente “made in USA” con joyas como Gosford Park o Vidas Cruzadas (adelantándose en años a lo que está tan de moda, las historias entrelazadas). Parece despedirse a lo largo de este paradójico testamento fílmico recuperando los componentes que le marcaron en su pasado: la atemporalidad en la puesta en escena, el choque de lo nuevo y lo viejo, el reparto coral, la sobredosis musical —Nashville y Kansas City—y el leitmotiv de la resistencia al adiós definitivo en una historia que habla descaradamente de finales lentos y obvios. Además, el cine negro del que procede aparece fielmente representado por Guy Noir, atraído por la etérea mujer fatal personificación de la muerte y de todo lo destructivo: pura metáfora. Guy encarna al propio Altman en su intento por preservar el espectáculo del arte-ingenio de quienes lo transforman en producto mercantilista y por intentar en vano esquivar a la muerte.

El guión abarca una piara de emociones extremas muy al estilo de Altman que relucen no solo con las letras de las sensacionales canciones country de los setenta, sino por la vía de unos diálogos ágiles en el sarcasmo y aparentemente improvisados.

Aunque el personal entendimiento de la narración de Altman prevalezca sobre el trabajo actoral, es revelador que grandes nombres se pongan a su servicio como mero elemento más, tal vez atraídos por un rodaje cercano a los planteamientos teatrales. Junto a la vis cómica de Kevin Kline, algunos demuestran sorprendentes dotes como cantantes, en especial las parejas formadas por Woody Harrelson y John C. Reilly, y las hermanas a las que dan vida Lily Tomlin, vieja conocida del realizador, y una Meryl Streep que muestra su lado más natural. —Hasta la actuación de Lindsay Lohan no irrita por primera vez en su trayectoria—.

No está entre sus mejores creaciones, cierto, pero a esta cinta de detalles y destellos le basta su honestidad y humanidad emotiva no sensiblera como homenaje al universo del espectáculo que, de un modo u otro, siempre continúa.

viernes, 23 de marzo de 2007

Juegos secretos ¿para niños?

Cómo se disfrutan las películas “de actores”, en las que el director sabe manejar a la perfección al reparto para conseguir de cada uno lo que busca
La trama en sí no aporta novedad al ya manido alud de siniestras fábulas acerca de las urbanizaciones de la clase media yanqui, para criticar no sólo a la sociedad norteamericana sino a cualquiera desarrollada, en las que todo se tiñe del color del convencionalismo y la hipocresía es reina y soberana. Se agradece, sin embargo, la creativa batuta de Field, huyendo en todo momento del tópico y dominando la sorpresa narrativa; hablando de la cotidianeidad desde puntos de vista nada complacientes aunque sin adular ni condenar actitudes, sin héroes ni villanos, idolatrando únicamente la inocencia infantil.

La credibilidad se sustenta en la verosimilitud de los sentimientos experimentados por unos personajes inmejorablemente perfilados pese a su complejidad. A causa de una insegura dependencia casi adolescente, los personajes, aún inmaduros, no han aprendido a tomar las riendas de sus vidas y se acurrucan en la estabilidad de una existencia plana de miras encasilladas. Una forma de vida sitiada por el miedo y por una doble moral que castiga el mínimo atisbo de rebeldía.

Soberbiamente filmada, elaboradísimos planos, firma española en la espléndida fotografía. Si ya su ópera prima, En la habitación, cosechó elogios allá por donde pasó, Field confirma su status en la nada sencilla tarea cinematográfica. ¿Qué es lo mejor? Los apuntes ya especificados de su argumento parecen contundentes para responder; mas, tampoco su reparto de lujo pasa desapercibido —con esa inconmensurable talentosa Kate Winslet, la no menos brillante Jennifer Connelly y la revelación del secundario Earle Haley—; incluso su tráiler, de los mejores del año, construido sobre imágenes, silencios y una mágica banda sonora que avecina que no es un filme para masas.

Fracaso en la taquilla estadounidense pero ojo crítico de los académicos que la obsequiaron con tres nominaciones a las doradas estatuillas. Sobrevalorada o no, si lo que buscas es un desafiante mosaico emocional y social, tienes que verla. Eso sí, resulta imposible dejar de pensar en ella.

Breaking & Entering, corrección y denuncia

Dirigida por el oscarizado Anthony Minghella nos sentamos ante una película correcta, así, sin más, en un intento de “forma sin fondo” durante dos horas de falso cine social
No se la puede tachar de bazofia pero lo que es seguro es que tampoco es una buena película. El irregular guión (de una historia a ratos interesante y a otros desequilibrada) aspira a revelarse como planteamiento intimista de la riqueza multicultural londinense, no obstante, se convierte en un pretencioso relato de contradictorios planteamientos emocionales repleto de imágenes ciertamente pedantes por lo evidentes y reiterativas. Aunque se aborden asuntos conflictivos como la inmigración, la discriminación y desigualdad de oportunidades, el adulterio, la prostitución y hasta el autismo, siempre campea un inesperado optimismo y un aire de permanente distancia emocional.

Además del libreto, el decantarse por lo estético y artificioso, por lo convencional e incluso hollywoodiense (arrastrado de sus cintas anteriores, más grandilocuentes), le hizo un flaco favor al un día laureado por crítica y público pues no consigue más que restar credibilidad a este melodrama.

Por otro lado, sería injusto negar la acertada elección del trío protagónico. La sutil Robin Wright Penn se codea con la carismática Binoche, quien por mucho esfuerzo jamás logra disimular esa aura de ideal dama francesa, y con el que firma el papel crucial de toda su trayectoria hasta el momento, Jude Law. Tercera colaboración con Minghella tras las aclamadas The Talented Mr. Ripley y Cold Mountain, y triunfante retorno a la pantalla grande aportando suficiente carisma y humanidad para suscitar una cálida empatía por su personaje.

En definitiva, el filme puede decepcionar pero por su valentía y temática no merece caer en el olvido. Al fin y al cabo, proporciona entretenimiento nada abrumador al no llegar a involucrar al espectador en la trama que, al poco tiempo, se le habrá olvidado por su falta de fuerza y veracidad.