miércoles, 9 de mayo de 2007

Ni paraíso ni purgatorio

El infierno. París, ciudad de luces, sonido y movimiento, es todo lo contrario para cuatro mujeres de una misma familia que, ya adultas, se valen del silencio entre ellas para construir su propio drama. Así hasta que un secreto las une permitiéndoles aceptar su pasado y comenzar a vivir su presente
Poco antes de su muerte, el polaco Krzysztof Kieslowski, que a sí mismo se describía como artesano del cine, finalizó junto a su guionista Piesiewicz la trilogía “El paraíso”, “El Infierno” y “El purgatorio”.

Después de una primera lectura y antes del rodaje de En Tierra de Nadie, a Danis Tanovic le tentaba una adaptación de “El Purgatorio”, al tratar de la guerra y tocarle más de cerca en aquel momento. Tras un año de promociones por todo el globo con su aclamada primera cinta (Oscar a la Mejor película de habla no inglesa incluido), bajo otro prisma, descubría nuevos focos de interés en “El Infierno”, parte más ardiente de la trilogía.

La visión tan íntima de los roles femeninos teniendo en cuenta que, hasta entonces, todas sus películas giraban en torno a personajes masculinos inmiscuidos en conflictos bélicos, fue lo que lo sedujo del proyecto. Se embarcó en una película, como él mismo definiría “depurada, minimalista, de sugerentes metáforas” en la que ha concedido singular importancia a silencios y elipsis a fin de que el espectador proyecte sus propias interpretaciones. Los sólidos temas son el suicidio, la mentira (el poner la verdad en tela de juicio es recurrente en su trayectoria como cineasta), la pedofilia y, sobre todo, la necesidad de sentirse amado —amén de sutiles referencias a la guerra de Irak—. Con estos sólidos pilares, sigue la estela de Gritos y susurros de Ingmar Bergman: mezcla de dolor cercano y distante con una cámara que se retiene en algunos momentos, entregándose plenamente en otros.

Tras haber vivido en primera persona las desgarradoras secuelas de una guerra, aprovecha aquí para explicar su perplejidad ante la actitud de la sociedad occidental que "por el egoísmo y la incomunicación ha perdido la noción de familia y se ha creado su propio infierno". En una sociedad vacía, únicamente movida por el dinero, trascendiendo el mero drama burgués de parejas e infidelidades, la trama se interna en los conflictos internos y mediante la tragedia analiza la naturaleza humana.

Los colores y los decorados participan de la singularidad de la película. Adentrando al público en laberintos de pasillos, puertas y ventanas entreabiertas; encrucijada resaltada por una música firmada asimismo por Tanovic que entiende el cine más cercano a la escritura musical que a la literaria. Por otra parte, el empleo de azul, rojo y blanco como tonalidades omnipresentes en todos los planos funciona, en cierto sentido, como homenaje a Kieslowski. Azul para el personaje de Céline, la espera melancólica, una calma casi resignada. Rojo para Sophie, encarnación de la pasión amorosa y, con ello, de los celos. Blanco para Anne, la más joven de las tres, la inocencia recién salida del cascarón.

Con refulgentes estrellas galas entre el reparto, véase a las cuatro protagonistas Carole Bouquet, Emmanuelle Béart (8 mujeres), Karin Viard y Marie Gillain, el equipo técnico también incluía a algunos de los mejores profesionales de Francia como el operador jefe Laurent Daillant o de Vivaise como diseñadora de vestuario.

El guión abre una puerta a la esperanza de cara a las nuevas generaciones que quizá no acaben cometiendo los mismos errores que sus padres.

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